El Perdón
Mateo 18:21: Entonces se le acercó Pedro y le dijo: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete veces?”
La historia de Mary Johnson es un ejemplo poderoso de perdón. Ella perdió a su hijo de 16 años a manos de un asesino. Aunque inicialmente declaró que lo perdonaba, fue solo cuando actuó para demostrar ese perdón que pudo realmente perdonar al joven que mató a su hijo, incluso ayudándolo después de su salida de la cárcel.
Cuanto más tiempo guardamos el rencor, más tiempo toma sanar el corazón.
El rencor y el abuso no perdonados afectan negativamente nuestras relaciones presentes.
A los ojos de Dios, no hay pecado que no se pueda perdonar. Sin embargo, esto no significa que debamos mantener una relación cercana con la persona que nos hirió. El perdón no es una licencia para que nos sigan lastimando. Debemos dejar la amargura y el rencor para permitir que la gracia de Dios actúe en nuestras vidas.
La amargura por aquello que no hemos perdonado está ligada a nuestras luchas actuales.
La paz con quien nos ha herido no siempre es posible. La cercanía no siempre es posible.
En relaciones donde hay un cónyuge adúltero, si no hay una separación y el adúltero sigue ofendiendo, el cónyuge puede llegar a ser partícipe si permanece en la relación.
Quienes hieren a otros a menudo son personas con sus propios pecados, dolores y amarguras no resueltas. Por falta de salud emocional, lastiman a otros debido a sus problemas no resueltos.
La historia del pastor Freddy y su padre ilustra esto. Su padre no pudo mantener una relación con su madre y pidió perdón a su hijo, reconociendo que no fue capaz de ser un buen padre debido a sus propias situaciones no resueltas.
El perdón no necesariamente restaurará una relación, pero mejorará tus relaciones presentes.
La vida es como un jardín. La hierba mala oculta lo bonito y controlará tu vida si no la arrancas. Guardamos amargura y rencor en lugares donde debería estar la gracia de Dios. No hay sanidad sin perdón.
No esperes que la persona que te hizo daño se disculpe. El perdón debe ocurrir con o sin disculpa.
Cuando Jesús hablaba sobre el pecado, siempre se refería al pecado que estaba en la raíz:
- Adulterio: los ojos.
- Asesinato: el enojo.
El corazón es la raíz, por lo que debemos guardarlo y no permitir que crezca la amargura. Romanos 12:19 nos advierte que no busquemos nuestra propia venganza.
El Padre Nuestro es una oración modelo que Jesús nos dio para hablar con Dios y pedir nuestras necesidades diarias. En este contexto, después de pedir el pan para sustento, Jesús nos enseña a pedir perdón diariamente y, a cambio, a perdonar diariamente.
En la historia de Caín y Abel, vemos en Génesis 4:1-6 que Caín peca y siente que ha sido tratado injustamente, lo que le provoca amargura. Dios le da una oportunidad de arreglar su corazón, pero Caín no la aprovecha.
Efesios 4:26-32:
- «Airaos, pero no pequéis.» Mucha amargura comienza cuando no dialogamos. No toda conversación es fácil ni exenta de lágrimas. Si no hablamos, la amargura crece y da lugar al diablo (v. 28).
- Nuestro enojo y amargura entristecen al Espíritu Santo.
- Ofrecemos gracia (v. 29).
- Si arrancamos el enojo y la amargura, quitamos ese lugar al diablo y lo damos al Espíritu Santo para que obre en nosotros (v. 30).
- Eliminamos todo lo que no agrada a Dios (v. 31).
- Seamos benignos unos con otros con el poder del Espíritu Santo (v. 32).
Proverbios 19:11:
«Tu honor será pasar por alto las ofensas. Lo que alteró tu vida no tiene que arruinar tu vida.»
Tarea:
- Escribe la mayor ofensa que recuerdes.
- Trae a memoria el dolor, reconoce que fue un mal en tu contra.
- Perdona.
Repite en voz alta: «Lo que me pasó o lo que alguien me hizo no es mi responsabilidad. Cómo respondo sí es mi responsabilidad.»